miércoles, 27 de abril de 2016

Nos trasladamos...

Escribo a los pocos "seguidores" que aún puedan estar por aquí para comentaros que me he trasladado a wordpress.
He abierto dos blogs; uno que se llama RetroWorld donde comentamos curiosidades de la vida de los 80' y de los 90' y otro llamado Una mente pensante, que ejercerá el mismo papel que "Hojas en blanco".

Así que nada, a los pocos que les pueda interesar les dejo las direcciones de ambas a continuación:








Próximamente cerraré Hojas en blanco.

Saludos.


miércoles, 30 de mayo de 2012

La luz de tu mirada


  Y al mirarte observé que no habíamos muerto. Aún quedaban resquicios de esa llama que todavía ardía en nuestro interior, consumida antaño por preocupaciones, miedos y elegías.

   Volvía a vislumbrar ese brillo escondido en tus ojos. Ese que por temor se escondía ante la mirada del mundo, ese que teme reconocer la añoranza de mis brazos.

   Y mis brazos que agonizan cada día, agonizan por no poder tocar tu piel, agonizan por no hacerte especial cada mañana.

   Mi cama vacía reclama tu presencia cada noche. Deja vacuos charcos de pena infinita que inundan mi cuerpo cada madrugada.

   Hoy las calles me asfixian como siempre. Cada gesto de los viandantes me agotan por minutos y cada mirada de amantes oprime paso a paso mi ser.

   Pero al retroceder en mis pasos te vi... y el ocre de los edificios, de los vehículos y del cielo desapareció y al mirarte de nuevo observé que cada pena, cada charco vacío y cada abrazo tendrían compañía... Y que cada noche, cada estrella y cada luna bailarían al son de nuestra luz.




Ismael Romero



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La luz de tu mirada by Ismael Romero is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en drishlam.deviantart.com.
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miércoles, 18 de abril de 2012

Un cielo invisible - Capítulo 1 -


Corriendo entre un campo de flores, intentando alcanzar algo. Al fondo un lago, y en su orilla una figura de una chica morena, de pelo largo y vestido blanco. Intento llegar para poder ver su rostro, para saber quién es esa imagen que me atormenta desde pequeño. Rozo su cabello y...

 -  Maldito teléfono... - Murmuré mientras me despertaba alterado de mi siesta.

Un sms parpadeaba en la pantalla de mi móvil "Te necesito en quince minutos".
Me levanté rápido y me vestí al instante. Miré hacia atrás antes de salir de la habitación y recordé la figura del cuerpo frágil y precioso que noches antes había sido mio. Vino a mí el olor de su cabello y decidí huir de ese lugar.

Al entrar en la oficina, mi jefe, una persona oronda y con un humor un tanto sobrio, se acercaba a mí con parsimonia.

 -  David tienes que recoger a Miguel Corso para la entrevista. Lo necesito aquí en treinta minutos.
 -  Dame la dirección y las llaves del coche. Por cierto, ¿Quién es el tal Miguel Corso?.
 -  Parece ser que es una nueva figura mediática que ha escrito un libro titulado "Los trazos de la felicidad" o algo así. Director de cine alternativo y vete tú a saber que... lo único que sé es que la gente quiere saber de él y a nosotros nos interesa que los borregos de turno lo vean a través de nuestros programas.
 -  En definitiva otro más... - contesté con desgana. - Veremos cuanto dura en el mundillo.
 -  ¡Vamos David!, que le veo disfrutando de la tarde.

Llegue a la plaza de la catedral donde había quedado con el tal Miguel.
Al par de minutos apareció un tipo enfundado en un traje negro de tres cuartos, de pelo corto moreno y con gafas de sol.

 -  Buenas, es usted el chico de la productora, ¿verdad? - Comentó el individuo.

Corso tenia una sonrisa enigmática, aderezada por una perilla de corte fino y una voz grave que penetraba en el ambiente. Intuí que andaba sobre la cuarentena de edad. Se sentó en el asiento central de atrás del coche. Me pareció extraño.

 -  Miguel Corso. ¿Y usted es?
 -  David  Albán. ¿Nos vamos ya o tiene usted que pasar por algún otro lugar antes de llegar al plató?
 -  No, no, lo tengo todo aquí – Dijo Corso señalándose con el dedo índice hacia su cabeza.
 -  Estupendo, entonces nos vamos.

Tuve que encender las luces del peugeot de la empresa para poder seguir nuestro camino.
En el transcurso, Corso no me despegaba ojo a través del espejo retrovisor. Me sentía incómodo pero a la vez me resultaba enigmático.
Habitualmente las recogidas de los "personajes" eran siempre igual. Llegas, los recoges... los más tiquismiquis incluso se quejan por los horarios, o incluso por el coche, aguantas y los llevas a plató y hasta otro día. Pero hoy éste era distinto.

 -  ¿Lleva usted mucho tiempo en la empresa? - Me dijo Corso.
 -  Lo suficiente. - Me seguía molestando que siempre estuviera sonriendo pero con un tono de voz serio continuamente.
 -  ¿Y recoge usted habitualmente a los entrevistados?
 -  Digamos que soy un trabajador de usos múltiples. - Dije con cierto retintín.
 -  Una persona polifacética entonces ¿no?.
 -  Podría decirse que si.

Un incomodo silencio se produjo en un momento mientras pasábamos junto a la Estación de San Bernardo.

 -  No parece que lleve usted un buen día señor Albán .
 -  No es nada, simplemente no he dormido bien. - Intenté desviar el tema. - Entonces, ¿es usted escritor?
 -  A ratos. En realidad soy un poco como usted amigo David.

No supe que sacar como conclusión a esa respuesta.

 -  Soy un experto en todo lo que me interesa – Continuó – Y me interesan muchas cosas, ese es mi problema.
 -  Ya veo – Contesté algo confuso.

Giré en plaza Nervión a punto de llegar a la productora.

 -  Señor Albán. ¿Piensa usted que su vida tiene poco sentido?

No supe que contestar.

 -  ¿Mira usted al cielo cada mañana viendo el tiempo simplemente pasar y por día que pasa se pregunta por qué está usted vivo? - continuó preguntando.

Ese hombre estaba describiendo mis pensamientos diarios sin ni siquiera conocerme.

 -  Eh... hemos llegado señor Corso.

Le abrí la puerta a Corso mientras él se quitaba las gafas de sol. Vislumbre que sus ojos eras oscuros y penetrantes, y antes de atravesar la puerta me guiñó. Una fría sensación recorrió mi cuerpo y quedé paralizado.
María, la becaria, lo acompañó hasta el plató. Yo quedé esperando instrucciones mientras veía a regidores, operadores de cámaras  y técnicos llegar de la primera planta hasta la zona baja para comenzar a trabajar. Minutos más tarde llegaba de nuevo María. La joven se veía en el derecho de sentirse atraída hacia mí desde que llegó a la empresa. Siempre me hablaba con un tono demasiado "pavo". No me sentía incomodo del todo con ella pero a veces era asfixiante. María era una chica enjuta. Su pelo corto y moreno jugaba con su altura que, a cualquier otra persona podría resultar entrañable. Para mí seria una chica más si obviáramos la de veces que ha intentado tener una cita conmigo.

 -  David, el jefe dice que necesita los guiones.
 -  Te los dejé esta mañana en tu mesa con una nota María. - La miré arqueando una ceja esperando cualquier comentario "seductor".
 -  Ains... si es que a veces pierdo la cabeza pensando en otras cosas, como pensar en el día en que me invites a una cena. - dijo mirando hacia el suelo de forma coqueta.
 -  María, no se cuantas veces tengo que decirte que no salgo con personas del trabajo. - Contesté de mala gana.
 -  Vaya mala uva que tienes hoy. - respondió resignada.  

Después de mis labores y mientras aún terminaban de grabar la entrevista, aproveché para salir fuera. Me eché mano al bolsillo y saqué un cigarro. Al dar la primera calada observé que estaba completamente solo en esa calle, solo se oía el tumulto de fondo de los motores de vehículos pasando. Disfruté de esa soledad como hacía tiempo que no conseguía.

A punto estaba de tirar la colilla cuando noté algo detrás mía. Observándome estaba en silencio y con esa sonrisa perturbadora, Miguel Corso.

 -  Hace fresco ¿No le parece?. - Dijo Miguel con esa voz grave tan característica.
 -  Algo.
 -  Aunque el frío últimamente nos invade a muchos sin que veamos que las temperaturas del ambiente baje ¿no es cierto? - Corso dejó de sonreír cuando terminó la frase y penetró mi cerebro con la mirada, como buscando respuestas antes de que yo respondiese. - A usted señor Albán le hace falta un cambio drástico en su vida pero no sabe como hacerlo.

Este hombre estaba atacando mi moral y parecía que no iba a parar hasta conseguir algo, algo que yo aun no tenia ni idea de que se trataba.

 -  David, ya es hora de que deje de mirar las estrellas todas las noches buscando respuestas en la nada - Terminó de hablar con esa nueva seriedad que no había tenido en los pocos minutos que habíamos intercambiado juntos. Me ofreció su mano.

 -  ¿No le acompaño en el coche hasta su casa? - Ofrecí como era mi labor mientras le estrechaba la mano.
 -  No, prefiero disfrutar a estas horas del camino. - Dijo de nuevo sonriendo mientras ya se marchaba.

Vi la figura de ese hombre perderse al final de la calle, mientras yo quedaba confuso por esa tarde. Un terrible cansancio se apoderaba de mí por segundos. Entré en la productora para recoger mis cosas, irme a casa y descansar.



Ismael Romero


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Un cielo invisible - Capítulo 1 by Ismael Romero is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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Un cielo invisible - Prólogo -


 -  Un día más en el calendario. - Pensé mientras ojeaba el cielo.

La mañana del miércoles se me antojaba gélida, con ese toque amargo que dejan amores rotos y promesas vanas de noches pasadas.
Recorría las calles de mi ciudad observando las caras de los viandantes, buscando quizás en ellos la respuesta a mis problemas, a mis dolencias. Ellos inmersos en sus pensamientos, siguiendo sus vidas, fugaces, hacían sentirme un alma única y dolida que no repara en momentos triviales que antes te hacían sentir uno más. Ahora solo una mancha distinta por los caminos de esta ciudad maldita, la cual sueña con romperme el alma en tantos trozos para que no pueda volver a encontrarme.
El ruido ensordecedor del metro de Sevilla comenzó a dejarme una leve punzada en la cabeza. Al menos parecía ser que no era el único al que le molestaba ese zumbido constante a esas horas de la mañana. Más adelante un grupo de chicas estudiantes reían entre ellas.

 -  La juventud y sus hormonas. - Me dije.

Me vi a mi mismo años atrás en situaciones parecidas, viajando con amigos que en su día compartieron risas contigo. Un leve pálpito de nostalgia se apoderaba de mi poco a poco mientras llegaba a mi destino.

 -  Un día genial. - Pensé derrotado.

Me pasé por un Starbucks para saborear las delicias de mi primer café matutino en la oficina. Saboreando esos trazos molidos del café imaginé como mi ser recorría a través de un remolino lleno de cuchillas "igual que los granos tostados cuando se muelen". Mientras, observaba desde mi ventana a un niño jugar con su padre en el parque que teníamos frente al trabajo. "Eso debe de ser lo que llaman infancia supongo".
Estos días me convierten en un ente negativo constante, no veo luz en ninguna parte y sin embargo no entiendo porque sigo adelante con mi vida.

 -  David, necesito la lista de atrezzo de la obra del jueves pasado. - Escuché al otro lado de la puerta.
 -  Dame cinco minutos. - Respondí al instante.

Mi vida, rodeada de artistas de tres al cuarto que te miran por encima del hombro a la mínima de cambio, creyendo que porque cuatro gatos disfruten de ellos en un escenario ya tienen derecho a sentirse dioses. Un pensamiento un tanto retorcido cuando uno mismo la mayor parte del tiempo se siente que está por encima de sus posibilidades y de los que te rodean. Aun así no había llegado mi oportunidad, o al menos eso quería pensar. Lo poco que me queda, lo que me hace avanzar es pensar en el momento en que mi vida cambie...




Ismael Romero


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Sueña


 Miraba esos ojos cerrados a través de la poca luz de la luna que se colaba por las persianas de nuestro cuarto. La observaba atónito, ella tan perdida en sus sueños profundos como cuando era joven y soñaba despierta, por entonces éramos eternos. Imaginábamos un futuro lleno de viajes, de sonrisas y pasiones, mientras nos cogíamos de la mano y observábamos el mar mediterráneo.
   Hoy todo era gris. Nos tocaba vivir uno días manchados por facturas, problemas y embargos. La vida ideal que habíamos inventado se había desvanecido y cada mañana levantarse era una tarea ardua. Noche tras noche deseaba acostarme y no volver a ver la luz del día para no tener que mirar de nuevo esos ojos y notar en su reflejo el fracaso diario de esta historia.

   Me levanté sin mirar la hora que marcaba el despertador. Intuí que había dormido escasas cuatro horas. Ella se movió en la cama emitiendo un pequeño quejido.

   - Tsss... duerme tranquila. - Susurré al aire.

   Improvisé escogiendo la ropa del armario. En el baño me lavé la cara y me detuve a mirar las arrugas del tiempo en mi cuerpo aderezadas con algunas que otras cicatrices y heridas que tardan en marchar.
   Salí al pequeño saloncillo que tendríamos por poco tiempo y allí me vestí. Al lado de la radio nuestra primera foto juntos. No hacía falta ni luz ni lentes para quedar cegado por el relámpago que emitía nuestros ojos. Toqué el retrato de nuestras caras con el filo de mis dedos... y luego encendí la radio. Un locutor hablaba en tono sobrio sobre la crisis del Euro. Yo mientras mordisqueaba una magdalena y observaba la luna a través de la ventana.

   - ...Miles de familias arruinadas se agolpan en comedores sociales cada mañana... -

   La luna... De pequeño soñaba con ser astronauta, quizás como todo crío soñador. Pisaba ese terreno polvoriento y saltaba de cráter en cráter entrando en nuevos mundos cósmicos y jugando con miles de animales extraterrestres.

   Alcé la mirada al techo buscando alguna luz. Una lágrima decidió escapar de mis ojos mientras yo apretaba con fuerza los dientes y cerraba mis puños.

   Dejé lo que quedaba de magdalena en la mesa al igual que dejaba lo que quedaba de mi hombría cada día en las calles de esta ciudad, agarré las llaves del cenicero y volví de nuevo a la cama donde ella descansaba.

   - Sueña mi vida... sueña.

   La besé en la frente y huí del dormitorio.
   Al rato se oyó tras de mí la puerta principal cerrándose y un sudor frío recorrió mi cuerpo. Sabía que quizás nunca más volvería a cruzar ese umbral, mientras la madrugada helada me absorbía hacia sus brazos y robaba de nuevo y por última vez mi alma.



                                                                   
Ismael Romero


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La cita


 Finas gotas comenzaban a caer mientras yo intentaba sortearlas entre salientes de pisos y algún que otro toldo de las cafeterías del paseo marítimo. Notaba como el sudor se mezclaban con la lluvia sobre mi cara. Llegaba tarde a la cita y tenía que aligerar más el paso y para colmo el bochorno provocado por el tiempo no ayudaba para nada. La mezcla entre chubascos y la calor primaveral provocaba esa sensación pegajosa en el cuerpo que hace sentirte cada vez más sucio por momentos.
   A lo lejos la vi, con la chaqueta de cuero marrón que años antes le había regalado por su cumpleaños y resguardada en un portal. Miraba su teléfono móvil, como si el mundo alrededor suya no existiera y escribía rápidamente en los teclados de ultima generación, algún mensaje supuse.
   Yo intentaba recomponer mi pelo a su forma inicial, la de después de salir de mi casa, pero con ese tiempo se hacía difícil.
   A los pocos metros notó mi presencia y guardó su móvil como quien guarda un tesoro en bruto que se descompondría tan solo con la mirada humana. Me sonrió de forma forzosa y la noté inquieta.

   - Buenas, ¿Cómo estas?. - Saludé con tono seco.
   - Bueno, he tenido días mejores creo. - Respondió cabizbaja y dándome un beso en la mejilla - Sé que no hemos quedado aquí para dar una vuelta o tomar café así que, no me andes con rodeos ¿Qué tienes que decirme?.

   Siempre me seguirá sorprendiendo las dotes de clarividencia que poseía Lucía para estas cosas.
   Yo sin embargo, llevaba días sabiendo lo que iba a hacer, incluso había ensayado el discurso en mi cabeza cientos de veces, y ahora las palabras se me agolpaban en las cuerdas vocales, me costaba arrancar y lo único, quizás lo más inteligente que se me ocurrió fue agachar la cabeza. Era imposible mirarle a los ojos en ese momento.

   - Lucía... - Recogí fuerzas de la nada y levanté de nuevo la cabeza. - Llevo semanas que no sé nada de ti. No sé qué tengo que hacer para que pases tiempo conmigo... Y aún así me dices que quieres estar conmigo y no perderme... No lo entiendo. - Respondí agotado.
   - Yo pensaba hablar contigo, pero ya lo has hecho tú. No sé qué quieres que te diga. - Me dijo con un tono demasiado afable, tanto que mi cuerpo echó a temblar.
   - Algo tendrás que decir, yo sigo siendo el mismo, eres tú la que en estos dos últimos meses ha cambiado.
   - No sé qué es lo que me pasa últimamente pero... todo esto no es justo para ti. - me dijo indignada.

   Algo en mi pecho comenzaba a tensarse, mientras y de forma irónica, una pareja pasaba por al lado nuestra demostrando su cariño y amor al mundo bajo un paraguas oscuro.

   - ¿Me estás dejando?.
   - No... o no lo sé... - Comenzaba a ver como de sus ojos brillaban lágrimas. - Realmente sería lo justo y que siguieras tu vida.

   Un silencio recorrió un breve camino entre nosotros. Solo se oía algunas gotas caer en los pequeños charcos de alrededor.

   - Después de casi tres años juntos... y que te derrotes a la primera de cambio... - Miré hacia mi derecha y luego suspiré al cielo como buscando consuelo – No lo comprendo.
   - Lo siento... - dijo en voz baja.
   - En serio, no lo comprendo. Mi idea de quedar era quizás salvar algo, arreglar lo nuestro porque creía y quizás siga creyendo que merece la pena. - Hubo otro silencio mientras la miraba de forma desafiante – Yo no soy perfecto, lo sé, pero he sabido dar lo máximo de mí en esta relación ¿sabes?,  y... ¿No se merece lo nuestro otra oportunidad? ¿Lo dejas a la primera de cambio? - Suspiré mirando al suelo
   - En serio Carlos, yo no planeé ésto así y tú lo sabes. - Me levantó la cara por el mentón con su mano. - Sabes que jamás he querido hacerte daño, pero es irremediable quizás... y bien sabes que te quiero, pero ya no es lo mismo y sin querer te alejo de mí. - Comenzó a alzar algo más la voz, enfadada. - Vamos Carlos ¡ni siquiera he sabido quedar contigo para decirte ésto! - Giró la cabeza hacia los lados, como negando por lo bajo pero sin apartar la mirada sobre mis ojos. - He tenido que esperar que te dieras cuenta de que pasaba algo y que tú fueras quien quedara conmigo. - Me buscó la mano que tenia metida en la chaqueta y me la agarró, suavemente. - Ha de ser así... Tú eres un gran chico y te mereces otra oportunidad. No puedes estar esperándome eternamente y con el tiempo te darás cuenta.

   Todo a mi alrededor se volvió de color ocre y más nubes negras asomaban por encima de nuestras cabezas, como si el mundo se estuviera preparando para ese momento.

   - No, ¡Me niego a pensar que ésto se acaba así!... Sinceramente, incluso yo venía con la idea de que si no arreglaba algo pues, no se, darte una "última" oportunidad para que te dieras cuenta de las cosas...

   Lucía me miraba con ojos amargos mientras me escuchaba y me soltaba de nuevo la mano.

   - ¡Joder! Antes de dejarte, hubiera intentado hablar o arreglarlo. - Agaché de nuevo la mirada. - Pero, ya veo que te adelantaste, como siempre.

   Di un paso hacia atrás, sin saber muy bien qué tenía que hacer llegado a este punto. Miré de nuevo al cielo aguantando las lágrimas que ansiaban salir libres por mi cara.

   - Carlos, yo no quiero alejarte de mi vida completamente. Han sido muy buenos momentos los que hemos pasado juntos y … solo la idea de borrarte totalmente de mi vida... es...- Lucía se echó las manos a la cara y comenzó a llorar.
   - Dios... - Suspiré y la abracé.

   Pasó un buen rato mientras nos abrazábamos, sin saber cómo finalizar lo que ya se había acabado. En mi mente, se agolpaban cientos y cientos de pensamientos que eran arremetidos con miles de recuerdos. Era tal el descontrol metal que era imposible razonar, ni medir la situación.
   Al rato, el portal de aquel bloque de piso se abrió y nos devolvió a la realidad.

   - Perdón. - Dijo una voz masculina

   Nos apartamos para que pasase y mientras nos mirábamos como si de dos desconocidos se tratase.

   - Pues bueno... supongo que esto es una despedida ¿no? - Pregunté con un hilillo de voz.
   - Dejémoslo en un hasta luego. - Intentó sonreírme mientras me lo decía, pero se notaba que le era imposible.

   Me besó en la mejilla como pudo y la vi marchar. Yo quedé clavado en aquel portal un buen rato y notaba cómo parte de mí también se quedaría para siempre en ese sitio.
   Al fin mis piernas decidieron responder y me encaminé a la playa. Allí, parado y de pie miraba como las nubes borrascosas creaban formas extravagantes y yo clavaba la mirada en ellas, absorto, sin pensamientos...
   De un arrebato le arranqué a la arena una de sus conchas y agredí al mar con ella, con tanta fuerza que mis lágrimas por fin fueron libres. Mientras, miles de gotas acariciaban la arena y mi vista empañada no diferenciaba gotas de lágrimas. El cielo decidió vengarse de mi atrevimiento contra el mar y comenzó a apretar. Por un momento deseaba que una ola gigante apareciera y me tragase mar adentro, pero una parte de mí pedía volver a casa para secarme y no coger una neumonía que impidiese seguir con mi vida.

   Corrí hacia uno de los toldos de los bares del paseo marítimo y esperé a que amainara el temporal veraniego. Mientras en mi cabeza pasaba una y otra vez la imagen de Lucía yéndose de mi vida para siempre.
   Logré salir de allí bastante tarde, o tal vez fuera el tiempo que pasé en la playa el que me hizo perder la noción. Lo único que sabía era que ya estaba anocheciendo y las tiendas del centro terminaban su jornada laboral.
   Yo, perdido en mi mente, la cual obsesionada con la imagen de la marcha de lucía me impedía mirar mas allá del suelo de las calles.
   Giré una calle de la plaza de abastos cuando noté cómo un bulto chocaba con mi cuerpo y caía de espaldas al suelo. Volví al mundo al instante y una chica morena de ojos claros me miraba desde el suelo sin saber muy bien qué había pasado.

   - Lo siento mucho de verdad. - Respondí exaltado.

   Agarré su mano para ayudarla a levantarse y sentí como una descarga recorría mi cuerpo desde el suyo. Ella me miraba fijamente, anonadada, y sin saber por qué, ambos sabíamos perfectamente que el fulgor que instantes antes nos había arremetido a cada uno ahora nos acariciaba por igual. Al levantarse nos miramos sin saber qué decir y al perderme en el iris de sus ojos supe que la conocía de antes, quizás en sueños o quizás en otra vida.
   Todo pensamiento tormentoso había desaparecido y supe que la chica que tenia frente a mí no era más que la luz que me ayudaría a seguir adelante.  



Ismael Romero


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sábado, 31 de diciembre de 2011

Capitulo 18. Incerteza

Ahora que se acaba el año escribo... con razones para mejorar, para aprender y para conservar valores.

El nuevo parece que pintará retales difíciles de ver, de los que haya que intentar descifrar con mas de una mirada, pero sin caer en la pereza de no observar lo que pasa, de no quedarte parado sin dibujar nuevos motivos en tu vida.

No va a ser difícil mejorar el anterior año, ya sabéis. Para quién más o para quién menos no ha sido una época fácil, pero... quiero pensar y debo pensar que estos aires van a cambiar y que dentro de un año podamos mirar al 2012 diciendo "Ole yo! ole mi vida, ahora tengo mas ganas de avanzar, de no perder más trenes...".

Anhelo al igual que otras personas, un cambio en nuestro alrededor. Necesitamos nuevas corrientes. Y no se porque pero dentro de mi hay algo que me dice que todo empezará a ser distinto. Pero es algo incierto, algo que aun no puedo ver porque debo adentrarme en el camino. Voy a recorrerlo, y espero, que haya personas que me brinden sus manos para no desaparecer en él. Este año necesito de buenas personas que estén a mi vera.

Siento que voy a recordar toda mi vida este año nuevo.